miércoles, 10 de diciembre de 2008

Discurso de clausura

Supongo que últimamente me está entrando la nostalgia, y vagabundeo por cuadernos y carpetas de ordenador en busca de escritos casi olvidados. Es el caso del siguiente discurso, con el que dije adiós a la que fue mi casa durante un año en Córdoba, la Fundación Antonio Gala:
Soy un maniático. Siempre lo he sido. El lado de la cama, la puerta cerrada para dormir; primero el calcetín derecho; entrar siempre por el lado del copiloto al coche; terminar la ducha con un par de segundos de agua helada; apagar el cigarro antes de que el símbolo de la marca que fumo, cerca del filtro, se consuma; lavarme las manos más de quince veces al día.
Esta es muy característica. No soy especialmente pulcro, aunque tampoco demasiado desaliñado, pero las manos, las manos son un elemento que debo tener limpio siempre. Odio el más mínimo rastro oscuro bajo las uñas, la sensación pegajosa entre los dedos, así que cada día, antes de cada comida, después de un cigarro o veinte minutos escribiendo sin detenerme, visito el lavabo para enjabonarme las manos. Qué horror, las manos sucias, los dedos oliendo a cebolla después de comer un bocadillo o el tacto eterno de la harina que impregna el pan.
Soy consciente de que alguna de las veces que invado el baño para sentirme más tranquilo que limpio son innecesarias, el agua clara lo demuestra. En cambio aquí, en esta ciudad, durante nueve meses, mi manía se ha visto justificada. Como si fuera un niño que juega con tierra en el parque o un adolescente que no suelta la pelota de baloncesto en horas, cada vez que embadurno las huellas dactilares, la línea del amor y la del dinero con una pequeña dosis de jabón de lavanda, las pompas grisean, el agua abandona oscura la loza a través del sumidero.
Mi psicosis aumentó al principio, acudiendo al baño con una frecuencia inaudita, pero mis esfuerzos eran inútiles. Aunque lo hiciera treinta veces, el agua siempre estaba tremendamente sucia. Esto me aterraba. Las manos siempre manchadas. Quizá esta mugre haya colaborado a hacer fuerte mi insomnio, pero en el desvelo tenía tiempo para pensar. En mi tierra esto no me pasa. Las manos sucias son señal inequívoca de un delito. Hasta hoy no he sido capaz de discernir qué estaba haciendo aquí, en Córdoba, si robar o matar. Hoy, delante de todos ustedes, lo sé: soy culpable de ambos crímenes.
Durante todo un año me he dedicado a robarle enseñanzas y consejos a mis compañeros, miles de libros y películas; incluso he escamoteado algún abrazo. Hasta besos furtivos de los que algunos se arrepienten. También he matado. Saquen las esposas, acordonen el recinto, no dejen escapar a un asesino que se entrega. Todos y cada uno de los días que he pasado aquí, he matado al niño que era o al hombre que decía ser. Con cada luna, un nuevo centímetro cuadrado de carne apuñalada. Aquella persona no merecía la pena. Sólo quiero saber de la nueva, la que se ha enriquecido con lo robado a aquellos que lo poseían antes que él, esta que ha cobrado protagonismo con la muerte de ese yo antiguo.
Bendita impunidad la que me ha dado esta casa para conseguir aquello que me ha hecho avanzar con cada aprendizaje, para eliminar a esa persona anclada en una puerilidad de la que he tardado meses en ser consciente y que ahora que me marcho no es más que un recuerdo que se evapora.

Escritura inconsciente.

Y entonces,¿qué sucede cuando se escribe como se vive, sin pensar, moviendo la mano como se mueven los pies por la acera, la lengua por labios ajenos, los ojos por cuerpos inhumanos...?

Siempre sucede lo mismo. Lo que te da la vida habrá de quitártela. Aquello que representa un giro, una oportunidad inevitable, no puede avanzar solo. Todos caminamos de la mano de algo o alguien.
Quizá para algunos, la consecuencia, el escondite, sea irremediablemente vernos obligados a pensar en qué sentirá un personaje ficticio, un fruto de nuestra depravación, al ver (o más particularmente, al sentir) un galán de noche sin reparar ni en el árbol, ni en el olor ni en la noche. No puede ser de otro modo, supongo, la adquisición de estigmas. Tachamos con la tinta mecánica de los billetes de viajes la reválida amorosa tatuada en los labios de las cuentas pendientes, esas que para dejar de serlo se ven obligadas a arriesgar demasiado, y por tanto, no dejar de ser lo que el destino les marca: cuentas pendientes, cifras irresolubles, camas desnudas y atormentadas.
En ese caso, quizá escribir no sea un privilegio, sino una compensación por tanta perdida.

Neruda

Siempre hay alguien que ha dicho lo que pensamos antes que nosotros, y en muchos casos, lo ha hecho mucho mejor de lo que nunca seremos capaces de hacerlo. A veces me ocurre con Ángel Gonzáles, a veces con Javier Marías,otras con Javier Vicedo y otros escritores amigos, y sólo con este poema me ha pasado con Neruda. Quizá sea este un buen momento para abandonar el egocentrismo que supone escribir un blog, y publicar, y quizá descubrir a otros palabras que nunca han escuchado, y quién sabe si poder emocionarlos, aunque sea por boca de otros.

WALKING AROUND
SUCEDE que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Barrenderos

Es curioso cómo, en ocasiones, los barrenderos dirigen miradas de reproche a los fumadores que transitan las calles, como si les reprocharan los quilos de ceniza o si consideraran que la ausencia de ella pudiera hacerles el trabajo más fácil. Pero por otro lado están los barrenderos alegres y laboriosos, esos que cantan y silban (me encanta la gente que canta y silba por la calle) y tratan de evitar que lo que les rodea pueda influirles. Saben que por más que barran, la hojarasca vuelve a caer a sus espaldas.
Y es que a veces nos molestamos al creer que una única persona, con las leves cenizas con que nos salpica, tiene la culpa de todo aquello que hemos de limpiar, y olvidamos que es imposible mantener nuestro suelo completamente limpio, que sólo podemos poner parches y hacer una limpieza superficial, que la mejor manera de salir adelante es silbar y cantar, conocedores de la realidad patente, la que nos dice que nunca dejaremos de ver como se ensucia lo que hace unos instantes dejamos inmaculado, y de este modo tratar de seguir adelante con la mejor de nuestras caras.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Humanidad (3)

Según mi profesor de patología, los humanos no podemos hacer como otros animales que, ante las circunstancias adversas, se esconden, hibernan. Me resulta casi irónico escuchar esto. Quizá biológicamente no estemos preparados, pero el animal racional aprende y adquiere de otros seres lo que le gusta, aquello que le hace más fuerte (y normalmente confundimos se más fuertes con estar más protegidos, con que la vida sea más fácil). Nuestra pareja, nuestros amigos, nuestra familia, cualquiera puede percibir que con nuestras noticias, con nuestra necesidad de ayuda, les traemos el invierno. Y ante el invierno, los animales cobardes hibernan.
Pero no nos olvidemos de que quien se lo proponga puede disfrutar del hermoso adjetivo "inhumano”. En ellos han de vivir nuestras esperanzas.

Humanidad (2)

El hombre no es bueno ni malo por naturaleza. Eso son cuestiones de azar. No obstante, qué suplicio ser bueno y tener la obligación moral de sufrir y ayudar. Sepa usted, de parte de alguien que abandonó el mal camino y se hizo malvado, que la bondad sólo trae dolor. Las mujeres le amarán pero no soportarán su dulzura y desearán algo distinto (puesto que, como buenos seres humanos, serán malas) y cuantos puedan tratarán de aprovecharse de usted. Sea malo, por el bien de su salud.

Humanidad (1)

Los idiotas siguen paralelos caminos a los inteligentes. Ambos se sentirán vacíos, ignorados por la masa intermedia. Si es idiota, alíese con alguien inteligente y viceversa.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Menstruación

No resulta extraño, cuando las femeninas son las amistades que más se frecuentan, que a un chico se le acabe considerando una más del grupo (adorable señal de confianza y no de vergüenza, que te traten de “tía” en lugar de “macho”).
En una de las ocasiones más recientes de mi transfiguración sexual forzada, pude atender a una conversación sobre las distintas intensidades del dolor menstrual según la persona. Para estas cosas, mis amigas no se olvidan de mi verdadera condición sexual, y aprovechan para, casi con tono de reproche, abundar en el dolor físico que la carencia de un colgajo inguinal produce. Yo, ante esto, no tengo nada que discutir, y menos aun cuando dejan caer el repetidísimo comentario de “tú no puedes saber lo que es eso”. Ciertamente, no puedo saberlo. Una de ellas, la que al parecer tenía la regla más dolorosa, trató de explicarme su padecer diciendo que era como si le arrancaran algo por dentro con las uñas. “Al fin y al cabo, eso es lo que pasa –decía-. El cuerpo decide que algo ya no vale, lo arranca y lo desecha. Pero bueno, tú no puedes saber lo que es eso”.
El caso es que hace no demasiados días, tuve que despedirme, como tantos otros, como en las películas, de una de mis personas más queridas en una estación de tren, y si bien es cierto que este dolor no me llega puntualmente una vez al mes, creo que puedo decirle a mi amiga la próxima vez que la vea que ya entiendo como se siente con la llegada de los días rojos, que puedo imaginarme con bastante fidelidad a lo que me describió lo que se padece al sentir cómo se arranca con las uñas, de cuajo, algo que está muy dentro de nosotros.

jueves, 16 de octubre de 2008

Esquizofrenia

La esquizofrenia no es más que la incapacidad para esconderle a los demás nuestras múltiples personalidades. La violenta que surge tras las decepciones, la irresponsable deseosa de alcohol o carente de preservativos (o ambas cosas simultáneamente), incluso la exageradamente romántica, que de hermosa acaba por ser desagradable. Cuanto mejor se maneja la hipocresía para difuminar nuestras capas, más cuerdos y normales conseguimos parecer.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Las putas.

Nunca me he detenido a hablar de las putas, a pesar de que es un tema sobre el que he pensado mucho, sobre todo este año, en el que gracias a conocer gente que me reconocía abiertamente que alguna vez se había valido de sus servicios, tomé conciencia de que tenían más peso en la sociedad del que creía.
La primera vez que reparé en ellas fue tras una larga estancia en el extranjero. Al regresar a mi ciudad en autobús pude observar cómo la avenida que nos llevaba a la estación de destino estaba plagada de mujeres con ropa escasa y horteramente erótica. Lo primero que se me vino a la cabeza fue: “La ciudad ha crecido en mi ausencia”. No sé si es un pensamiento inocente o pueril, pero para mí las putas callejeras siempre habían pertenecido a las grandes ciudades. Tener rameras haciendo la calle podría decirse que indicaba un escalón más en el proceso de evolución de la urbe.
Desde entonces, la idea que mas acechaba mis pensamientos era el riesgo que corrían esas mujeres y sus clientes a contraer cualquier enfermedad. Si hasta las parejas de algunos de mis amigos (y con amigos hago alusión al neutro, tanto a chicas como a chicos, ningún sexo se libra de tener miembros hijos de puta) a causa de sus infidelidades habían contagiado enfermedades de mayor o menor relevancia a las personas que decían querer, ¿qué no llevarían encima putas y puteros?
Más tarde, casi sin ser consciente de haberlo pensado, como me sucede con la mayoría de mis posturas en cuanto a algunos temas escabrosos, me vi argumentando en una conversación con mis amigos que de los vicios mal vistos socialmente, los únicos que respetaba eran las drogas y la prostitución.
Así llegué a este último año, a hablar con gente que conocía de primera mano el mundillo. Uno de ellos, un cliente del local en el que trabajaba, taxista de profesión, se dedicaba a llevar a las chicas de vuelta a sus casas tras la jornada de trabajo. Él me tranquilizó al decirme que ya todas las putas, hasta las de la calle, usaban condones, la mayoría de ellas incluso en el sexo oral.
A veces me planteo ir a la famosa avenida de las putas y subir a una de ellas al coche con el único propósito de entrevistarla, de informarme sobre esas noches de frío, sentada sobre una caja de cerveza con una compañera a la espera de un conductor con dinero, incluso de escenas en las que las películas y la naturaleza humana me han hecho creer, con el cliente abrazado a ella, con los pechos desnudos empapados en sus lágrimas y ella diciéndole “Ya pasó, ya pasó, todo irá bien, eres un hombre bueno” mientras le mesa los cabellos (como bien dice Cristina García Morales en su relato “La puta Literatura”). Desgraciadamente, el miedo a las historias de puñetazos e insultos, de perversiones de lo más extravagantes, de la mujer esperando en casa, sola, o peor aún, contenta por saber que su marido está desfogándose con otra y de ese modo estará unos días más tranquilo y no será ella la que padezca los abusos (benditas putas, en algunos casos). Y como no, las historias de engaños y trata de blancas que dan con los huesos de una pueril muchacha en un local de carretera, en la carretera misma, pagando tributo a un despreciable que se comporta como si fuera su mecenas. Supongo que me sucede como a tanta gente que dice ser incapaz de viajar a Cuba, a la India, porque no soportarían ver tanta pobreza y menos aún regresar y ver tanta riqueza.
De todos modos, hay viajes que siempre hay que hacer, aunque duelan. Hay que tratar de sobreponerse, y luchar a través del conocimiento. Quizá debería meter en una hucha la vuelta del pan durante un tiempo, y una vez esté bastante llena, ir de visita por esa calle y charlar con una de ellas, al azar (no por ser la más guapa va a tener las mejores historias). No perdería nada, en caso de no llevarme una buena historia al bolsillo, sería simplemente como alguna vez que he ido a tirar la basura con dinero en la mano y he acabado por tirar lo que no debía en el contenedor. Pero por otro lado, ¿y si ese fuera el viaje que me abriera los ojos? ¿Y si, en cambio, pudiera ser yo quien la abrazara un minuto y le dijera: Ya pasó, ya pasó, todo irá bien, eres una mujer buena?

martes, 17 de junio de 2008

Mercado de fichajes.

Las rupturas de pareja mantienen un paralelismo asombroso con el mercado de fichajes futbolístico. Supongo que todas las mujeres (y algunos hombres) que estén leyendo esto, habrán pensado o pronunciado: menudo idiota (o menuda idiotez, que para el caso, hablan igual de mal del autor, un servidor). Trataré de ser claro para que se me entienda.
Hay veces en las que nuestro jugador estrella decide marcharse a otro equipo porque este sea mejor o porque le ofrecen más (no se equivoquen y lo extiendan a la vida real, pero en este símil, el dinero simbolizará la felicidad y el cariño). En ocasiones nos conformamos con un jugador mediocre porque no encontramos mejor, o peor aun, porque no podemos permitírnoslo. También puede suceder que algún jugador se niegue a marcharse, a pesar de llevar mucho tiempo con el cartel de transferible al cuello, ya sea por considerar que aun puede cumplir con las expectativas que había generado, o bien por pura comodidad.
Hay ocasiones en las que el anteriormente mencionado jugador estrella se estanca, pierde las ganas de luchar, deja de rendir durante demasiado tiempo. En estos casos se arriesga demasiado. Nunca se puede saber si aun puede recuperarse y volver a ser el que algún día fue, así que si lo mantenemos en nuestras filas y no mejora, la afición y los compañeros acabarán por detestarlo. En cambio, si se le deja marchar, puede ocurrir que renazca, y acabamos lamentándonos durante mucho tiempo por no haberle dado una segunda oportunidad. Siempre llega el día en que encendemos el televisor y al verlo pensamos que sus triunfos deberían haber llegado con nosotros.
Igualmente frecuente es otro caso: que el jugador al que adoramos pida el traspaso y seamos nosotros quienes le obliguemos a quedarse, consiguiendo únicamente que acabe por pudrirse y volverse mediocre, pero eso sí, a nuestro lado.

Poesía

Esta tarde, un chico que es más amigo que compañero, y más poeta que yo, ha estado corrigiendo algunos de mis versos. Al principio hemos estado hablando de que la poesía es sobre todo música, y por lo tanto, muchas veces nos dejamos llevar por el ritmo, inconscientemente, dejando en segundo plano lo que queremos decir, utilizándolo solamente como un recurso para componer nuestras sinfonías de palabras, un lied, un estudio que refleje el sonido de un piano sin necesidad de teclas o altavoces.
Más tarde hemos estado discutiendo el contenido de uno de mis poemas. Tras exponer lo que le fallaba en él, las líneas y las palabras que le hacían perder fuerza, me ha dicho: “Creo que no son coherentes con la idea de la mujer que pretendes transmitir”. En ese momento me ha venido el sobresalto. En primer lugar, me ha desconcertado darme cuenta de que lo que yo había intentado transmitir al escribirlo, había tomado un cariz totalmente distinto a través de sus ojos, un punto de vista totalmente nuevo y maravilloso. Gracias a eso he redescubierto esta tarde uno de los valores más importantes por los que la poesía es un arte: no sólo transmite sentimientos, sino que además puede transmitir miles de ellos según quien lo lea, transformándose en un cuadro, una escultura, una canción. La opinión del autor es totalmente inútil, son innecesarias las largas tesis que intentan explicar lo que un escritor quiso decir al escribir. Lo que prima es que consiguiera hacer sentir al lector, sea lo que sea lo que este sintiera.
El segundo detalle que me ha impresionado viene igualmente al hilo del contenido y la percepción de éste según cada uno. Yo había intentado definir mediante aquellos versos mi visión de mi poesía. Era, como viene a llamarse de forma casi pedante, un poema metapoético. En cambio, mi amigo y supervisor (Javier Vicedo, dejo su nombre patente para que si en algún momento lo veis en una tienda o escucháis hablar de él no dejéis de prestarle atención) había visto la figura de la mujer. Como he dicho antes, un poema puede tener diversas lecturas, al igual que cualquier obra artística, pero es evidente que resulta complicado que un poema que verse sobre la muerte despierte sentimientos de afecto por el campo o recuerden el placer del sexo (si esto sucede, o bien autor tendrá que revisar la claridad de sus ideas o el lector deberá aparcar la lectura para un momento en el que esté más sereno).
Pero en este caso, siendo yo el escritor, prima mi ego y considero que los versos están bien elaborados, por lo que solamente encuentro una solución: si donde alguien habla de versos otro ve la figura de la mujer, es que las mujeres son otra forma de poesía.

martes, 29 de abril de 2008

Hola desconocido!

Ya no hablamos con los desconocidos. Mis vecinos, que tienen mi edad, ni siquiera me informan de lo feos que son los cirros, cúmulos y estratos que surcan nuestro cielo, si acaso me preguntan si estoy interesado en compartir una línea de wi-fi. Tampoco los taxistas me recuerdan la situación de la liga ni lo asquerosa que se queda la calle por los botellones, ni las viejas a las que cedo el asiento en el metro o las que se sientan a mi lado en el bus de vuelta a casa durante dos horas indagan sobre mi vida.
A mi no me desagrada, yo soy un ser asocial y me molestan enormemente las opiniones que me llevan la contraria y tener que cambiar mi plácido plan de leer, dormir, mirar por la ventana o escuchar música simplemente porque a un extraño le hayan dado ganas de no sentirse solo o de restarle tension a la tesitura de compartir un espacio tan reducido. Pero, ¿y los demás? ¿Todo el mundo ya se ha vuelto rancio y arisco como yo? ¿Despreciamos todos ya a los desconocidos o a cualquiera que pueda interferir en la calma de nuestros relajados planes?

Cero

Creo que odio haberte conocido. Vienes en un mal momento, pero eres bueno. Es complicado levantarse por las mañanas y escindir mis sentimientos para odiar al mundo sin odiarte a ti.

Juegos

Ya he perdido la práctica en esto. Hablar, beber, besar, acercar mi cara por la espalda, apoyarla en tu clavícula para mirar la pantalla del ordenador, esperar a que me mires para reducir la distancia de la carne roja, anular la del aliento mezclado en escasos centímetros. Ya no sé jugar a esto, salir del enroque, llevar mi mano al círculo azul, el pie izquierdo al rojo.

miércoles, 16 de abril de 2008

"En Macondo comprendí..."

"Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".
Siendo esto cierto, creo que tiene una lectura muy positiva. Puede que hasta sea bueno haber sido infeliz en algunos lugares, así tengo más terreno, mas metros cuadrados de planeta en los que aun puedo ser feliz para poder tacharlos de mi agenda y buscar el placer, el dulzor, el cálido susurro en otros nuevos.

La distancia.

Hacía años que no veía una despedida con lágrimas, ni siquiera en los aeropuertos, donde las distancias que se emprenden son enormes. En cambio hoy, en la estación de autobuses de Granada, ante la puerta abierta de un autobús con rumbo a Algeciras (una ciudad casi a tiro de piedra, de ballesta como mucho), una chica se deshace en llanto, se hace aguamarina besando a su novio. Sé que llora sólo por la distancia, no por certificar una ruptura, unos días de discusiones, un adiós definitivo, pues los he escuchado decirse: “te llamaré cuando llegue”, “nos veremos lo antes posible”, “te voy a echar de menos”, “no quiero irme”.
Ellos se mueren de tristeza por tres horas de carretera, sólo por no tenerse cada mañana al otro extremo de la almohada, compartiendo el zumo del desayuno, por no poder llegar por la espalda del otro mientras friega los platos sucios y acariciar su abdomen, su cintura, meter las manos en los bolsillos de sus vaqueros, erizar con el aliento el vello de su nuca y besar su clavícula. Mientras tanto, los demás nos despedimos fríos, conformistas, con cara de “qué se le va a hacer”, “no hay más remedio”, como si no deseáramos poder improvisar hacer el amor al ver lo hermosa que está en el sofá del salón leyendo con una camisa vieja, cortar una flor de los parterres del camino a casa para acariciarla con sus pétalos, por toda su piel, ya desnuda sobre la cama, como si no nos importara que la distancia nos separe, o peor aun, como si lo que nos diera igual fuera el amor.

martes, 15 de abril de 2008

Superioridad.

A veces mi perro me delata y me mira con intransigencia, con una horrible cara de hastío. Vista por alguien no iniciado en la idiosincrasia de mi perro, puede parecer incluso tierna, con el morro apoyado en un brazo acolchado del sofá, pero es espantosa. Mi perro (y quizá todos) se da cuenta de que estoy triste cuando lo estoy, se desgaja conmigo para consolarme, y cuando hay niños o ancianos ya desgastados, cuando un conocido al que adora trae a alguien por quien destila afecto, se abalanza, y lame, y besa, y juega, y frota su lomo contra sus pantorrillas. Pero de mí está cansado ya. Como buen mejor amigo del hombre –si es que sigo siendo cualquiera de estas dos cosas- se ha hartado de tanto lloriqueo, de salir a marcar terreno sólo por las noches y hacer relampaguear las lágrimas con el fulgor de la luna cuando alzo la vista para buscar a Orión (aunque Orión nunca aparece por el cielo de esta ciudad). Mi perro se ha agotado definitivamente, y aceptaría gustoso un nuevo dueño, una cesión temporal para dejar de sentirse estancado. Mi perro está aburrido de que un dictador al que eligió menos aun que a sus progenitores decida por él, y lo arrastre más abajo del suelo.

martes, 8 de abril de 2008

2ª arcada

“El dolor se puede difuminar. Creo que lo aprendí de pequeña. Las heridas dejan de sentirse cuando se deja de pensar en ellas, cuando permitimos que caiga el telón a la espera de un nuevo acto, aunque lo mejor para disiparlo son nuevas llagas más pequeñas, suplicios más llevaderos que emborronen la percepción del principal, que enturbien su recuerdo.
A veces me muerdo fuerte el índice o el pulgar cuando me doy un golpe y así mitigo el grito y el padecer. Entonces, ¿por qué no voy a valerme del dolor de mi cuerpo para paliar el de mi alma, que nunca es comparable? Con cada tijeretazo en la piel, con cada célula reventada y el burbujeo del agua oxigenada al reaccionar con mi sangre –en la carne y en la ropa- libero endorfinas etéreas que relajan mi conciencia.
Cuando consigues dominar tu cuerpo, su dolor, la sangre, ya nada más puedes aprender. “

1ª arcada:

¿Qué más da la muerte? Hacerle caso es como llevar una boina calada que nos impide ver con claridad. Hay que tratarla como a un crío insoportable, ignorarla por mucho ruido que haga, hasta que se calme y sus periódicos pataleos dejen de despertarnos en la noche.

miércoles, 2 de abril de 2008

Introducción al vómito emocional.

No pretendo que esto sea mi diario. Un diario se hace para tenerlo escondido y dejarlo conscientemente a la vista para que alguien lo lea y así evitar decir en persona lo que se ha escrito en él, o para poder hacernos los dolidos o los sorprendidos cuando esto suceda. Hay veces que es agradable generar bronca por el mero hecho de discutir.
Tampoco voy a ser monotemático, no soy especialista en nada como para poder realizar tal ejercicio de prepotencia y sabiduría. Supongo que cada vez que me dé el punto, escribiré sobre lo que me venga en gana, que para algo lo hago gratis. De momento, comienzo por presentarme, para que sea quien por casualidad se encuentre este blog el que decida si estar atento a los nuevos artículos en base a mi personalidad (que es un claro presagio de lo que escribiré o de cómo lo escribiré).
Me gusta lo que a todo el mundo: abrir el Messenger y reírme del nick de todos los contactos con los que no hablo sin pararme a observar que el mío es igual de estúpido, decir que la música y el cine que consumen los demás son productos comerciales y creerme más inteligente por ello, encontrarme con alguna ex por la calle o en fotos colgadas en Internet y comprobar que está más fea, más gorda, o con un tío más feo, más gordo que yo. Me encanta echarme agua oxigenada en las heridas o en la ropa manchada de sangre para contemplar como burbujea, como mis glóbulos rojos se vuelven efervescentes como un medicamento. Adoro pasear sin rumbo fijo por la calle o con tiempo de sobra para no ser impuntual y así poder cambiarme de acera cuando en la distancia compruebo que al otro lado las chicas están más buenas o llevan ropa más sugerente; esperar un semáforo que no necesito cruzar solamente porque al otro lado una mujer atractiva atiende con impaciencia la llegada del muñequito verde y observarla en la distancia e invadir su estela al cruzarme con ella y conservar dos o tres metros de su perfume. No veo mayor placer por la mañana que tratar de recordar lo que he soñado y analizarlo como si fuera Freud, recurrir a mil manuales de psicología y detectar que tengo tendencia a mil desviaciones como el trastorno obsesivo compulsivo.
A veces me recorre un escalofrío por toda la columna vertebral cuando me cruzo con un niñato con mechitas o con un crío insoportable y noto como hierve en mi interior un deseo irreprimible de regalarle un par de guantazos que lo dejen calentito, y me entusiasma verme cien metros más tarde, muy lejos de él, después de haber sido capaz de controlarme. Eso sí, habría sido genial partirle la cara. Me divierto durante semanas recordando frases como: “Le hizo una mamada a su cetme”, “Nudillos, eres un jodido genio” o “Muy bien, pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía”.
Me gusta más que nada defender posturas que no comparto para alargar discusiones interesantes, para poner a prueba a la gente. Me parece genial la gente que se dedica a crispar o a poner nerviosos a los demás, siempre y cuando lo hagan de forma consciente. Para realizar actos inconscientes ya hay demasiados currículums.