martes, 29 de abril de 2008

Hola desconocido!

Ya no hablamos con los desconocidos. Mis vecinos, que tienen mi edad, ni siquiera me informan de lo feos que son los cirros, cúmulos y estratos que surcan nuestro cielo, si acaso me preguntan si estoy interesado en compartir una línea de wi-fi. Tampoco los taxistas me recuerdan la situación de la liga ni lo asquerosa que se queda la calle por los botellones, ni las viejas a las que cedo el asiento en el metro o las que se sientan a mi lado en el bus de vuelta a casa durante dos horas indagan sobre mi vida.
A mi no me desagrada, yo soy un ser asocial y me molestan enormemente las opiniones que me llevan la contraria y tener que cambiar mi plácido plan de leer, dormir, mirar por la ventana o escuchar música simplemente porque a un extraño le hayan dado ganas de no sentirse solo o de restarle tension a la tesitura de compartir un espacio tan reducido. Pero, ¿y los demás? ¿Todo el mundo ya se ha vuelto rancio y arisco como yo? ¿Despreciamos todos ya a los desconocidos o a cualquiera que pueda interferir en la calma de nuestros relajados planes?

Cero

Creo que odio haberte conocido. Vienes en un mal momento, pero eres bueno. Es complicado levantarse por las mañanas y escindir mis sentimientos para odiar al mundo sin odiarte a ti.

Juegos

Ya he perdido la práctica en esto. Hablar, beber, besar, acercar mi cara por la espalda, apoyarla en tu clavícula para mirar la pantalla del ordenador, esperar a que me mires para reducir la distancia de la carne roja, anular la del aliento mezclado en escasos centímetros. Ya no sé jugar a esto, salir del enroque, llevar mi mano al círculo azul, el pie izquierdo al rojo.

miércoles, 16 de abril de 2008

"En Macondo comprendí..."

"Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".
Siendo esto cierto, creo que tiene una lectura muy positiva. Puede que hasta sea bueno haber sido infeliz en algunos lugares, así tengo más terreno, mas metros cuadrados de planeta en los que aun puedo ser feliz para poder tacharlos de mi agenda y buscar el placer, el dulzor, el cálido susurro en otros nuevos.

La distancia.

Hacía años que no veía una despedida con lágrimas, ni siquiera en los aeropuertos, donde las distancias que se emprenden son enormes. En cambio hoy, en la estación de autobuses de Granada, ante la puerta abierta de un autobús con rumbo a Algeciras (una ciudad casi a tiro de piedra, de ballesta como mucho), una chica se deshace en llanto, se hace aguamarina besando a su novio. Sé que llora sólo por la distancia, no por certificar una ruptura, unos días de discusiones, un adiós definitivo, pues los he escuchado decirse: “te llamaré cuando llegue”, “nos veremos lo antes posible”, “te voy a echar de menos”, “no quiero irme”.
Ellos se mueren de tristeza por tres horas de carretera, sólo por no tenerse cada mañana al otro extremo de la almohada, compartiendo el zumo del desayuno, por no poder llegar por la espalda del otro mientras friega los platos sucios y acariciar su abdomen, su cintura, meter las manos en los bolsillos de sus vaqueros, erizar con el aliento el vello de su nuca y besar su clavícula. Mientras tanto, los demás nos despedimos fríos, conformistas, con cara de “qué se le va a hacer”, “no hay más remedio”, como si no deseáramos poder improvisar hacer el amor al ver lo hermosa que está en el sofá del salón leyendo con una camisa vieja, cortar una flor de los parterres del camino a casa para acariciarla con sus pétalos, por toda su piel, ya desnuda sobre la cama, como si no nos importara que la distancia nos separe, o peor aun, como si lo que nos diera igual fuera el amor.

martes, 15 de abril de 2008

Superioridad.

A veces mi perro me delata y me mira con intransigencia, con una horrible cara de hastío. Vista por alguien no iniciado en la idiosincrasia de mi perro, puede parecer incluso tierna, con el morro apoyado en un brazo acolchado del sofá, pero es espantosa. Mi perro (y quizá todos) se da cuenta de que estoy triste cuando lo estoy, se desgaja conmigo para consolarme, y cuando hay niños o ancianos ya desgastados, cuando un conocido al que adora trae a alguien por quien destila afecto, se abalanza, y lame, y besa, y juega, y frota su lomo contra sus pantorrillas. Pero de mí está cansado ya. Como buen mejor amigo del hombre –si es que sigo siendo cualquiera de estas dos cosas- se ha hartado de tanto lloriqueo, de salir a marcar terreno sólo por las noches y hacer relampaguear las lágrimas con el fulgor de la luna cuando alzo la vista para buscar a Orión (aunque Orión nunca aparece por el cielo de esta ciudad). Mi perro se ha agotado definitivamente, y aceptaría gustoso un nuevo dueño, una cesión temporal para dejar de sentirse estancado. Mi perro está aburrido de que un dictador al que eligió menos aun que a sus progenitores decida por él, y lo arrastre más abajo del suelo.

martes, 8 de abril de 2008

2ª arcada

“El dolor se puede difuminar. Creo que lo aprendí de pequeña. Las heridas dejan de sentirse cuando se deja de pensar en ellas, cuando permitimos que caiga el telón a la espera de un nuevo acto, aunque lo mejor para disiparlo son nuevas llagas más pequeñas, suplicios más llevaderos que emborronen la percepción del principal, que enturbien su recuerdo.
A veces me muerdo fuerte el índice o el pulgar cuando me doy un golpe y así mitigo el grito y el padecer. Entonces, ¿por qué no voy a valerme del dolor de mi cuerpo para paliar el de mi alma, que nunca es comparable? Con cada tijeretazo en la piel, con cada célula reventada y el burbujeo del agua oxigenada al reaccionar con mi sangre –en la carne y en la ropa- libero endorfinas etéreas que relajan mi conciencia.
Cuando consigues dominar tu cuerpo, su dolor, la sangre, ya nada más puedes aprender. “

1ª arcada:

¿Qué más da la muerte? Hacerle caso es como llevar una boina calada que nos impide ver con claridad. Hay que tratarla como a un crío insoportable, ignorarla por mucho ruido que haga, hasta que se calme y sus periódicos pataleos dejen de despertarnos en la noche.

miércoles, 2 de abril de 2008

Introducción al vómito emocional.

No pretendo que esto sea mi diario. Un diario se hace para tenerlo escondido y dejarlo conscientemente a la vista para que alguien lo lea y así evitar decir en persona lo que se ha escrito en él, o para poder hacernos los dolidos o los sorprendidos cuando esto suceda. Hay veces que es agradable generar bronca por el mero hecho de discutir.
Tampoco voy a ser monotemático, no soy especialista en nada como para poder realizar tal ejercicio de prepotencia y sabiduría. Supongo que cada vez que me dé el punto, escribiré sobre lo que me venga en gana, que para algo lo hago gratis. De momento, comienzo por presentarme, para que sea quien por casualidad se encuentre este blog el que decida si estar atento a los nuevos artículos en base a mi personalidad (que es un claro presagio de lo que escribiré o de cómo lo escribiré).
Me gusta lo que a todo el mundo: abrir el Messenger y reírme del nick de todos los contactos con los que no hablo sin pararme a observar que el mío es igual de estúpido, decir que la música y el cine que consumen los demás son productos comerciales y creerme más inteligente por ello, encontrarme con alguna ex por la calle o en fotos colgadas en Internet y comprobar que está más fea, más gorda, o con un tío más feo, más gordo que yo. Me encanta echarme agua oxigenada en las heridas o en la ropa manchada de sangre para contemplar como burbujea, como mis glóbulos rojos se vuelven efervescentes como un medicamento. Adoro pasear sin rumbo fijo por la calle o con tiempo de sobra para no ser impuntual y así poder cambiarme de acera cuando en la distancia compruebo que al otro lado las chicas están más buenas o llevan ropa más sugerente; esperar un semáforo que no necesito cruzar solamente porque al otro lado una mujer atractiva atiende con impaciencia la llegada del muñequito verde y observarla en la distancia e invadir su estela al cruzarme con ella y conservar dos o tres metros de su perfume. No veo mayor placer por la mañana que tratar de recordar lo que he soñado y analizarlo como si fuera Freud, recurrir a mil manuales de psicología y detectar que tengo tendencia a mil desviaciones como el trastorno obsesivo compulsivo.
A veces me recorre un escalofrío por toda la columna vertebral cuando me cruzo con un niñato con mechitas o con un crío insoportable y noto como hierve en mi interior un deseo irreprimible de regalarle un par de guantazos que lo dejen calentito, y me entusiasma verme cien metros más tarde, muy lejos de él, después de haber sido capaz de controlarme. Eso sí, habría sido genial partirle la cara. Me divierto durante semanas recordando frases como: “Le hizo una mamada a su cetme”, “Nudillos, eres un jodido genio” o “Muy bien, pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía”.
Me gusta más que nada defender posturas que no comparto para alargar discusiones interesantes, para poner a prueba a la gente. Me parece genial la gente que se dedica a crispar o a poner nerviosos a los demás, siempre y cuando lo hagan de forma consciente. Para realizar actos inconscientes ya hay demasiados currículums.