viernes, 19 de junio de 2009

Nunca te dije (2)

Nunca te dije ni te diré que cuantas excusas puse para dejar de verte, que cuanto hice para que me odiaras y fueras tú quien pusiera todo de su parte para no volver a encontrarnos lo producía simplemente el miedo a parecer soberbio, prepotente, snob, al decirte que , por muy a gusto que estuviera a tu lado, odiaba que no leyeras, que no vieras buen cine (o lo que yo considero que es buen cine), que escucharas a esos lamentables grupos de quinceañeras incultas, que sospechaba que llegaría el día en el que tratara de hablar contigo sobre algo y simplemente me encontrara con tu cara estupefacta, con unos ojos que dijeran “no entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo”, o peor aún, “ya es demasiado tarde como para conseguir que ese tema que tanto te preocupa llegue siquiera a interesarme”.

Nunca te dije (1)

Es curioso cómo para alguien como yo, que insiste en el silencio, que cada día quiere saber menos, escuchar menos, ser más desconocedor de cuanto sucede a su alrededor, de cuanto se siente, de qué se siente, lleguen momentos como estos en los que se echa la vista atrás y lo único que se ve es cada palabra callada, el “y si…”, lo que no ha sucedido. Quizá sea porque por más que me empeñe, el silencio sigue siendo algo antinatural para el hombre. De momento.
“Aquella noche casi ni sabía quién eras. Es más, aun sigo sin saberlo. Te había conocido unas horas antes. Casi no nos entendíamos y aun así nunca dejamos de reír. El sol se reflejaba en tus gafas y en tu piel. Tu sonrisa abarcaba la calle entera. A lo largo de ese día, cada vez que te marchabas, deseaba volver a verte. Tumbado en una cama que no era mía, inventando con dos amigos un mundo que nunca existiría, pensaba que no podría volver a verte hasta el día siguiente. La puerta se abrió y te volví a ver. Te reíste te de mi aspecto. Sonreí a tu risa. Estabas cansada, era tarde, y te tumbaste a mi lado. Te acercaste poco a poco a mí, o creí que lo hiciste, o lo hice yo, y puse mi mano en tu cintura. Estuve acariciándote durante un rato eterno. A la mañana siguiente me pareció que apenas llegaron a ser unos minutos. Me cogiste la mano y la acariciaste. Poco después, quien te alojaba te llevó lejos de mí para dormir. Mi boca cerrada dijo “quédate a dormir aquí, conmigo”. No lo escuchaste.
Al día siguiente me llegó un mensaje. Mis amigas querían verme. Decían que tú también querías verme. De camino hacia el centro recibí otro mensaje, de otra chica. No fui a tu encuentro. Aquella tarde pensé que tú te marchabas, que la otra chica seguiría estando cerca. Cuando te marchaste, vi que ella estaba todo lo lejos que alguien podría estar de mí. Y tu cintura seguía en mi mano. La primera noche en la que un metro no bastaba para verte, supe que fui a ver a la otra chica por un motivo insípido: ella era un polvo seguro. Y lo fue. Pero sólo eso. Un polvo. Y tú nunca has dejado de ser mucho más que eso. Nunca dejo escapar la posibilidad de investigar sobre ti, de simular indiferencia preguntando por ti para saber dónde estás, cuantos kilómetros nos separan exactamente. Busco tus fotos. Tú sonríes en la pantalla. Yo sonrío en mi habitación. Y te añoro. Añoro no haberte conocido más, durante una tarde.
Cualquier sueño contigo era imposible. Es imposible. Sin embargo, siguen compartiendo la cama conmigo aquellos dos días posibles, aquellos días en los que podríamos haber sido efímeramente, cinturas que nunca son tan suaves, sonrisas que nunca dicen tanto sin tan siquiera tener que salvar la distancia del idioma.
Desde aquella noche no he vuelto a verte.”

jueves, 4 de junio de 2009

Soñar

Cuando era pequeño deseaba con todas mis fuerzas un ordenador, una buena consola, algo con lo que entretenerme en las aburridas tardes de fin de semana en la ciudad, donde los niños casi no pueden salir solos y no tienen alternativas para correr, saltar, jugar al fútbol, darse cañazos en la Vega como si de sables láser se tratara. Este deseo era tan fuerte que a veces (sobre todo por Navidad) soñaba que por fin había un ordenador en mi casa, una consola, una pantalla luminosa que me devorase los ojos y las horas. Y como no, al despertar, la decepción. Había ocasiones en que el sueño era tan convincente que me levantaba de la cama corriendo en busca del lugar de la casa en el que creía que iba a encontrar el anhelado objeto, y al llegar, un nudo en el estómago, presión en el diafragma, una tristeza absoluta encerrada en el pecho, tan pesada que ni siquiera dejaba salir unas lágrimas de desahogo, un aliento que me conciliara con la realidad.
Ahora soy mayor. O casi. Mis sueños acostumbran a ser más complejos. En ocasiones dignos de análisis. Sueños inconexos y sin sentido, sueños horribles, tétricos o agobiantes. Casi nunca mis deseos, lo que ambiciono, que si bien genera una desagradabilísima sensación de impotencia y frustración al escuchar el estridente sonido del despertador, produce un descanso profundo y feliz mientras se permanece dormido. Sin embargo, a veces, en los últimos años, sin saber cómo ni por qué, me atacan sueños que se repiten durante un par de semanas, tres a lo sumo, y a diferencia de las escasas historias que mi cabeza repite mientras duermo, que son tenebrosas o desconcertantes, me producen una hermosa sensación de tranquilidad, de paz, de plenitud.
Y es que en ocasiones, sueño que beso, que abrazo, que amo a alguien de quien durante la vigilia no soy consciente de estar enamorado. Es entonces cuando despierto y descubro que todo es mentira, que no hay consola, no hay ordenador, no hay chica. Pero a diferencia de los sueños de la infancia, que me dejaban la posibilidad de asegurarme por última vez, de eliminar las dudas con un simple paseo hasta el salón, ahora no tengo sitio a donde ir. ¿Dónde busco lo que siento? ¿En los cajones? ¿En los parques, entre las flores y el césped? ¿En el armario entre las camisas o bajo la almohada? Algunos de mis amigos, en un ataque de romanticismo, dicen que tengo que buscar dentro de mí. Pero hasta allí, ¿cómo se llega? Y lo que es peor: ¿tiene razón el subconsciente, o la casualidad de soñar con una cara en especial me sugestiona y me obliga a tener un falso sentimiento de amor?