“El dolor se puede difuminar. Creo que lo aprendí de pequeña. Las heridas dejan de sentirse cuando se deja de pensar en ellas, cuando permitimos que caiga el telón a la espera de un nuevo acto, aunque lo mejor para disiparlo son nuevas llagas más pequeñas, suplicios más llevaderos que emborronen la percepción del principal, que enturbien su recuerdo.
A veces me muerdo fuerte el índice o el pulgar cuando me doy un golpe y así mitigo el grito y el padecer. Entonces, ¿por qué no voy a valerme del dolor de mi cuerpo para paliar el de mi alma, que nunca es comparable? Con cada tijeretazo en la piel, con cada célula reventada y el burbujeo del agua oxigenada al reaccionar con mi sangre –en la carne y en la ropa- libero endorfinas etéreas que relajan mi conciencia.
Cuando consigues dominar tu cuerpo, su dolor, la sangre, ya nada más puedes aprender. “
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