Es curioso cómo, en ocasiones, los barrenderos dirigen miradas de reproche a los fumadores que transitan las calles, como si les reprocharan los quilos de ceniza o si consideraran que la ausencia de ella pudiera hacerles el trabajo más fácil. Pero por otro lado están los barrenderos alegres y laboriosos, esos que cantan y silban (me encanta la gente que canta y silba por la calle) y tratan de evitar que lo que les rodea pueda influirles. Saben que por más que barran, la hojarasca vuelve a caer a sus espaldas.
Y es que a veces nos molestamos al creer que una única persona, con las leves cenizas con que nos salpica, tiene la culpa de todo aquello que hemos de limpiar, y olvidamos que es imposible mantener nuestro suelo completamente limpio, que sólo podemos poner parches y hacer una limpieza superficial, que la mejor manera de salir adelante es silbar y cantar, conocedores de la realidad patente, la que nos dice que nunca dejaremos de ver como se ensucia lo que hace unos instantes dejamos inmaculado, y de este modo tratar de seguir adelante con la mejor de nuestras caras.
Y es que a veces nos molestamos al creer que una única persona, con las leves cenizas con que nos salpica, tiene la culpa de todo aquello que hemos de limpiar, y olvidamos que es imposible mantener nuestro suelo completamente limpio, que sólo podemos poner parches y hacer una limpieza superficial, que la mejor manera de salir adelante es silbar y cantar, conocedores de la realidad patente, la que nos dice que nunca dejaremos de ver como se ensucia lo que hace unos instantes dejamos inmaculado, y de este modo tratar de seguir adelante con la mejor de nuestras caras.
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