miércoles, 5 de noviembre de 2008

Menstruación

No resulta extraño, cuando las femeninas son las amistades que más se frecuentan, que a un chico se le acabe considerando una más del grupo (adorable señal de confianza y no de vergüenza, que te traten de “tía” en lugar de “macho”).
En una de las ocasiones más recientes de mi transfiguración sexual forzada, pude atender a una conversación sobre las distintas intensidades del dolor menstrual según la persona. Para estas cosas, mis amigas no se olvidan de mi verdadera condición sexual, y aprovechan para, casi con tono de reproche, abundar en el dolor físico que la carencia de un colgajo inguinal produce. Yo, ante esto, no tengo nada que discutir, y menos aun cuando dejan caer el repetidísimo comentario de “tú no puedes saber lo que es eso”. Ciertamente, no puedo saberlo. Una de ellas, la que al parecer tenía la regla más dolorosa, trató de explicarme su padecer diciendo que era como si le arrancaran algo por dentro con las uñas. “Al fin y al cabo, eso es lo que pasa –decía-. El cuerpo decide que algo ya no vale, lo arranca y lo desecha. Pero bueno, tú no puedes saber lo que es eso”.
El caso es que hace no demasiados días, tuve que despedirme, como tantos otros, como en las películas, de una de mis personas más queridas en una estación de tren, y si bien es cierto que este dolor no me llega puntualmente una vez al mes, creo que puedo decirle a mi amiga la próxima vez que la vea que ya entiendo como se siente con la llegada de los días rojos, que puedo imaginarme con bastante fidelidad a lo que me describió lo que se padece al sentir cómo se arranca con las uñas, de cuajo, algo que está muy dentro de nosotros.

1 comentario:

almost blue dijo...

...despedidas desde las entrañas...