El renacer de uno mismo es como el amanecer, que no se oye pero se siente. El espíritu del cambio hacia lo conocido se derrama, nos empapa de un pasado novedoso. Los paseos no son más que eso, un devenir de pasos que guían, que condenan, que enlazan puntos de partida con destinos que a la larga vienen a ser el mismo lugar.
Salir a la calle y descubrir gente nueva, nacida del presente, nos impulsa hacia la repetición de unos sentimientos que ya nos dieron placer o que acabamos por detestar. ¿Y acaso es esto vivir? Volver a sentir no es sentir: es recordar, plagiar la historia de un escritor que fuimos, negarnos a dejar que tras un viaje en el espacio o el tiempo sea alguien distinto quien vista nuestro cuerpo.
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