miércoles, 30 de noviembre de 2011

Diapositivas

Como todos, he vivido momentos felices, pero no son todos ellos los que despiertan este nuevo baile de neuronas, sino aquellos que no tienen un marco, un sustento, que simplemente se alojan en nuestras sienes aislados, carentes de lazos o hilos conductores.

A veces no podemos explicar por qué lo que vemos despierta en nosotros ciertos sentimientos, por qué escenas objetivamente banales se tornan en inolvidables, se graban en nuestras retinas y almacenan el perfume, la esencia de lo que en su día nos regalaron.

Creo haber mencionado ya al hombre desconocido que en una misa me dio la paz y consiguió que la sintiera.

A éste se una una imagen que se me aparece ocasionalmente, por sorpresa, una escena que considero de las más hermosas que he vivido. En ella, dos de mis personas más queridas, en una cancha de balonmano, frotan las manos del uno con las del otro para repartirse el pegamento que tiñe de negro la pelota de este deporte, y en mi corazón, en ese gesto, con ese contacto, lo comparten todo: la amistad y las aspiraciones mutuas, la mirada que en ese momento no se dedican, cada uno de los abrazos con que poblaron su pasado.

Por último, llego a una fecha reciente hace apenas unos días. Un paseo en bici bajo el cielo gris, y al doblar la esquina, una chica que se separa de la mano de su pareja para darle una patada a una piedra, y su novio que entiende el juego a la primera y la sigue, iniciando una partida que los traslada a la infancia y que apenas dura un puñado de segundos. Pero, sin embargo, una carcajada, el tono de sus voces, tanto amor a la vista sin apenas rozar sus cuerpos, casi sin mirarse.

Y prácticamente en estado de shock, sigo mi camino, continúo pedaleando y regreso a mi vida, con mi trabajo y mis amores, con mis abrazos y mis lágrimas. Pero siempre llega un momento, cuando el presente se oscurece o no dispone de argumentos para cambiar de color, en el que sin ni siquiera la necesidad de cerrar los ojos, viajo en el tiempo y veo a dos adultos jugando como niños, a dos amigos diciéndose que se quieren sin decirlo, a un hombre que desea el bien a sus semejantes incondicionalmente. Y el hecho de sonreír vuelve a estar justificado.

1 comentario:

Pilar dijo...

Echaba de menos leerte. Como siempre... Me emocinas