jueves, 4 de junio de 2009

Soñar

Cuando era pequeño deseaba con todas mis fuerzas un ordenador, una buena consola, algo con lo que entretenerme en las aburridas tardes de fin de semana en la ciudad, donde los niños casi no pueden salir solos y no tienen alternativas para correr, saltar, jugar al fútbol, darse cañazos en la Vega como si de sables láser se tratara. Este deseo era tan fuerte que a veces (sobre todo por Navidad) soñaba que por fin había un ordenador en mi casa, una consola, una pantalla luminosa que me devorase los ojos y las horas. Y como no, al despertar, la decepción. Había ocasiones en que el sueño era tan convincente que me levantaba de la cama corriendo en busca del lugar de la casa en el que creía que iba a encontrar el anhelado objeto, y al llegar, un nudo en el estómago, presión en el diafragma, una tristeza absoluta encerrada en el pecho, tan pesada que ni siquiera dejaba salir unas lágrimas de desahogo, un aliento que me conciliara con la realidad.
Ahora soy mayor. O casi. Mis sueños acostumbran a ser más complejos. En ocasiones dignos de análisis. Sueños inconexos y sin sentido, sueños horribles, tétricos o agobiantes. Casi nunca mis deseos, lo que ambiciono, que si bien genera una desagradabilísima sensación de impotencia y frustración al escuchar el estridente sonido del despertador, produce un descanso profundo y feliz mientras se permanece dormido. Sin embargo, a veces, en los últimos años, sin saber cómo ni por qué, me atacan sueños que se repiten durante un par de semanas, tres a lo sumo, y a diferencia de las escasas historias que mi cabeza repite mientras duermo, que son tenebrosas o desconcertantes, me producen una hermosa sensación de tranquilidad, de paz, de plenitud.
Y es que en ocasiones, sueño que beso, que abrazo, que amo a alguien de quien durante la vigilia no soy consciente de estar enamorado. Es entonces cuando despierto y descubro que todo es mentira, que no hay consola, no hay ordenador, no hay chica. Pero a diferencia de los sueños de la infancia, que me dejaban la posibilidad de asegurarme por última vez, de eliminar las dudas con un simple paseo hasta el salón, ahora no tengo sitio a donde ir. ¿Dónde busco lo que siento? ¿En los cajones? ¿En los parques, entre las flores y el césped? ¿En el armario entre las camisas o bajo la almohada? Algunos de mis amigos, en un ataque de romanticismo, dicen que tengo que buscar dentro de mí. Pero hasta allí, ¿cómo se llega? Y lo que es peor: ¿tiene razón el subconsciente, o la casualidad de soñar con una cara en especial me sugestiona y me obliga a tener un falso sentimiento de amor?

2 comentarios:

Aleksey dijo...

Sublime... ;)

almost blue dijo...

...desear siempre desear...el deseo causa la insatisfacción...