martes, 27 de septiembre de 2011

Goldman Sucks

Me gusta el fútbol. Los deportes en general. Quizá si tuvieran más presencia en los medios podría demostrar con más asiduidad o con más conocimientos que prefiero el baloncesto o el balonmano, pero en definitiva, me gusta el fútbol, como a tantísimos hombres y, desde mi punto de vista, afortunadamente, cada vez a más mujeres. He escuchado de todo al respecto. Hay quienes se han extrañado de que una persona con inquietudes artísticas tenga tan vulgares aficiones. Hay quienes al contestarle yo que una cosa no tiene nada que ver con la otra, y que hay grandes ejemplos de iconos culturales devotos de la religión del balón, me han dicho que no es más que una estratagema para mostrarse más cercanos, que así no parecen intocables y la gente los admira más, se encariña. Cada vez me reafirmo más en la idea de que discutir es un acto avocado al fracaso.
No puedo engañarme ni engañar a nadie obviando que todo el espectáculo y la parafernalia que rodean a este circo está desbocada, que se nos ha ido de las manos. Trato de no dedicarle más tiempo del necesario a esta afición, y me siento culpable cuando comparto con algunos amigos, en mis redes sociales, noticias asociadas al balompié. Quizá podría estar aportando alguna información más interesante, un artículo científico, una columna de opinión política. Sin embargo, me gusta tener un huequecito para hablar de este tema.
En los últimos tiempos, al ser seguidor del Barça he hablado mucho sobre los diversos conflictos que han surgido entre este equipo y su eterno rival debido a la figura del entrenador José Mourinho. No es momento para incidir en todos estos insulsos sucesos, el placer de comentarlos ya pasó, pero el debate generado dejó en mí un poso bastante amargo. En periódicos, noticiarios e infinidad de comentarios de personas anónimas me encontré con unas frases repetidas que me hacían temblar: “Este hombre está siendo martirizado por decir lo que piensa”; “Hace lo que todos querríamos hacer, no es un hipócrita”.
En aquel momento no me paré a pensar mucho en estas palabras, pero posteriormente, al verlas asociadas a otros personajes, comencé a atar los cabos de los entresijos de mi impacto. Esta “sinceridad”, esta oposición ante la supuesta hipocresía de los que se hacen pasar por buenos define también, según muchos, a periodistas como Federico Jimenez Losantos, a la mayoría de los presentadores y colaboradores de Intereconomía o a políticos xenófobos de extrema derecha, entre otros muchos que no es necesario recordar.
Conforme esta idea se fue formando en mi cabeza, un peso en la boca de mi estómago iba creciendo. Posiblemente la palabra más capaz de bautizarlo sería “miedo”. Las calles atestadas de gente que defendía la sinceridad de unos a cualquier precio tachando las verdades de otros de falacias, una vez más, de hipocresía. Verdades de unos para tratar de enterrar las de otros. Unos escasos segundos de reflexión en torno a esta posibilidad y comienzo a sentirme verdaderamente aterrado.
Sin embargo, no ha sido hasta hoy que he llegado a mi límite y he sentido esta necesidad imperiosa de sentarme ante el teclado del ordenador para protestar a pequeñísima escala contra esta sinceridad selectiva, contra el horrible concepto de “políticamente incorrecto” del que se están apoderando tantos para conquistar al pueblo.
Alessio Rastani, agente de bolsa en uno de los lugares que mayor sensación de desasosiego me han producido a la vista(cuya identidad se está discutiendo en la red al considerarlo muchos un actor), en una entrevista realizada para la BBC, declara que la crisis económica actual no le preocupa, que su trabajo es, simplemente, hacer dinero de ella, sin importar las consecuencias. Este “cáncer”, como él mismo lo denomina, no provoca ningún cambio en su enfoque, ya que, simplemente, considera que lo que hay que hacer es saber lucrarse de ella y en ella.
Para quien quiera conocer sus declaraciones en profundidad, los videos están en la red, yo prefiero no seguir profundizando en ellas pues el hecho de retransmitirlas ya me produce urticaria.
Inevitablemente, mi curiosidad me ha llevado a buscarlo en diversas redes sociales. Esperaba una larga lista de nombres lanzándole improperios, deseándole la más dolorosa de las maldiciones o simplemente, dedicándole palabras de lástima. Pero una vez más, me he visto asaltado por palabras de apoyo, alabanzas a su sinceridad y su valentía por mostrarse tal y como él y tantos otros son, desviando su parte de culpa hacia sus tan odiados gobiernos. Mis compatriotas criticaban la ignorancia de otros españoles que cumplían con mi aplacado deseo de insultarle, tachándolos de obtusos, de necios. Este hombre hace su trabajo. La culpa es de los gobiernos. Y así los cómplices del desastre entregan el pastel completo de la culpa a nuestros ineptos políticos.
La sinceridad no nos exime de culpa, y hay verdades que solamente podemos decir si es para disculparnos. Hay verdades de las que no podemos sentirnos orgullosos. La verdad es un libro del que aprender, no un arma con la que atacar. La verdad no es más que una opinión cuando no versa sobre los propios sentimientos.
Nunca he sido muy ducho memorizando versos, pero en el instituto aprendí estos de Machado y nunca los olvidaré: “Tu verdad no; la verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.” Salgamos, o mejor aun, entremos en nosotros para buscar la verdad, pero no intentemos someterla a nuestros deseos.

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