martes, 8 de abril de 2008

2ª arcada

“El dolor se puede difuminar. Creo que lo aprendí de pequeña. Las heridas dejan de sentirse cuando se deja de pensar en ellas, cuando permitimos que caiga el telón a la espera de un nuevo acto, aunque lo mejor para disiparlo son nuevas llagas más pequeñas, suplicios más llevaderos que emborronen la percepción del principal, que enturbien su recuerdo.
A veces me muerdo fuerte el índice o el pulgar cuando me doy un golpe y así mitigo el grito y el padecer. Entonces, ¿por qué no voy a valerme del dolor de mi cuerpo para paliar el de mi alma, que nunca es comparable? Con cada tijeretazo en la piel, con cada célula reventada y el burbujeo del agua oxigenada al reaccionar con mi sangre –en la carne y en la ropa- libero endorfinas etéreas que relajan mi conciencia.
Cuando consigues dominar tu cuerpo, su dolor, la sangre, ya nada más puedes aprender. “

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